El Santo Niño de Atocha es una figura profundamente venerada en España y América Latina, especialmente en México y Colombia. Su origen se remonta a la época de la Reconquista, en el siglo VIII, cuando un niño, según la leyenda, ayudaba a prisioneros y viajeros en un contexto de conflicto entre musulmanes y cristianos. La imagen del Santo Niño, que se representa como un niño peregrino de entre 8 y 10 años, es famosa por su simbolismo de fe y esperanza en tiempos difíciles.
En Atocha, un barrio de Madrid, muchos cristianos fueron encarcelados como botín de guerra. Las mujeres de Atocha, preocupadas por sus seres queridos, comenzaron a rezar ante la imagen de Nuestra Señora de Atocha, pidiendo la intervención del niño que ella sostenía. Se dice que un niño desconocido, vestido de peregrino, comenzó a llevar alimentos a los prisioneros, convirtiéndose en un símbolo de ayuda y solidaridad. Este niño, cuya existencia fue confirmada por las mujeres al notar que los calzados del niño de la Virgen estaban siempre desgastados y sucios, se asoció rápidamente con el Santo Niño de Atocha.
La devoción al Santo Niño de Atocha se extendió a América Latina, donde se le atribuyen numerosos milagros, incluidos sanaciones y protección de viajeros. En México, su culto se consolidó en el Santuario de Plateros, uno de los sitios de peregrinación más importantes del país, que recibió la declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Con millones de visitantes anuales, este santuario se ha convertido en un símbolo de fe y esperanza.
La figura del Santo Niño de Atocha también se ha sincretizado en la santería, donde se le asocia con la deidad Yoruba Elegua, el guardián de los caminos. A pesar de no ser reconocido oficialmente como un santo por la iglesia, su influencia y las creencias en torno a él continúan creciendo, marcando un legado espiritual que trasciende fronteras y culturas.