México ha hecho historia al unirse a BRICS, un movimiento que sacude los cimientos del orden mundial. En una cumbre reciente en Río de Janeiro, la presidenta Claudia Shainbaum, acompañada por el canciller Juan Ramón de la Fuente, presentó una propuesta audaz que posiciona a México como un actor clave en la redefinición del panorama internacional. Este no es un simple acto diplomático; es un grito de soberanía que resuena con fuerza en el sur global.
Durante décadas, México fue visto como el aliado silencioso de Estados Unidos, un país subordinado a las decisiones de Washington. Sin embargo, la intervención de Shainbaum marcó un antes y un después. “Basta de ser el patio trasero”, clamó, exigiendo una nueva narrativa que priorice la justicia económica y la integración regional. La propuesta de una cumbre económica para América Latina y el Caribe fue recibida con aplausos, incluso por líderes como Lula da Silva, quien reconoció el liderazgo emergente de México.
Pero la respuesta de Washington fue inmediata y amenazante. Donald Trump, en plena campaña, lanzó un ultimátum a cualquier país que se alíe con BRICS, advirtiendo sobre aranceles adicionales. La Casa Blanca, visiblemente nerviosa, intenta frenar el avance de un bloque que desafía su hegemonía.
La cumbre del BRICS, ahora con 11 miembros, no solo se opone a las guerras comerciales de EE. UU., sino que reclama reformas urgentes en organismos como el FMI y el Banco Mundial. La propuesta de México es un llamado a la dignidad colectiva, instando a los países de la región a unirse y defender su soberanía.
Mientras el norte lanza amenazas, el sur se reconfigura. México ha decidido caminar con el sur, eligiendo la dignidad sobre la sumisión. La presencia de México en este bloque no es un gesto simbólico; es el inicio de un nuevo ciclo histórico, donde la nación azteca se erige como pilar de un sur global que exige justicia y respeto. Este es un momento decisivo que podría cambiar el rumbo de la política internacional.